Vivimos en una sociedad que acostumbra a nuestros hijos a valores como la competitividad, el miedo, la obediencia, la sumisión, el castigo, la culpa, la censura del más mínimo atisbo de pensamiento crítico, la aceptación de normas, aunque sean estúpidas, la represión y, en definitiva, a una educación con tendencia a embutirles dentro de un pensamiento correcto, estereotipado, y socialmente aceptado de sometimiento moral y expoliación de la identidad. Todo esto contribuye a una sociedad con cada vez menos individuos auténticos y más personas cromo.
La educación actual, excesivamente intelectualizada (acumulación de datos inútiles), discrimina el desarrollo integral del individuo en los planos físico (no competitivo / juego), emocional, creativo-sexual, y espiritual. Cuando un niño es educado en el diálogo, la tolerancia, el juego, la pluralidad ideológica, y el empoderamiento de sus capacidades y recursos, de una manera no competitiva, se convertirá probablemente en un adulto feliz, lleno de autoestima y determinación, y capaz de relacionarse con otros adultos de forma saludable.