Se trataba de un niño al que desde muy temprana edad le habían robado la inocencia. Vivía inmerso en un infierno de batallas sangrientas. Cada día se convertía en una incesante huida. El dolor le acompañaba siempre hasta el más recóndito lugar de su existencia. Se acostumbró tanto a él, que terminó necesitándolo. Nunca conoció a la justicia. Se trataba de una palabra vacía sometida al desequilibrio neurótico de unos adultos de conciencias exangües y enfermos de odio. Los golpes le hicieron crecer con una increíble capacidad de resiliencia, a la vez que le incrustaron un nuevo código de información genética en su ADN. Se trataba de una nueva e incipiente característica que le protegería durante el resto de su vida de todo aquello que pudiera atentar contra su integridad física y moral. Perdió el miedo a todo. Conoció a la muerte, al mismísimo diablo, y hasta se codeó con la locura. Su vida empezó a tener sentido. Aquel niño, ahora adulto, al que robaron la inocencia, aprendió que el inexorable paso del tiempo, ni borra el dolor, ni cura las heridas. Todavía siguen sangrando (Arturo Fuente) © Besarelcielo.com
