Ni el hábito hace al monje, ni la contratación de Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence, o la cantante Ariana Grande aseguran una buena película. Es verdad que hay muchas maneras de hacer y entender el cine, pero en esta película, Adam McKay aburre a las tortugas. Difícil, por no decir imposible, ver esta película del tirón. Ofensivamente predecible, lenta, y con un guion somnífero y lineal que induce al sueño. De las dos horas veinticinco minutos que dura la película, es posible que sobren más de cuarenta. No hay explicación tampoco para tantas escenas intrascendentes que postergan un final que se barrunta desde el minuto dos. La película no da espacio para la sorpresa. Aunque la idea primigenia en torno a la cual se desarrolla la película es buena, el director no le saca partido. Para conquistar al espectador, no solo basta con capitalizar una buena idea contratando a actores de reconocido prestigio internacional, se necesita también un buen guion, algo de lo que lamentablemente carece esta película. Por último, me cuesta entender que Netflix no invierta decididamente por un cine de calidad de la misma manera que lo hace con series y documentales (Arturo Fuente)
